Así de chulo se presentó a mediados del siglo III a.C. al rey Hieron II de Siracusa, un tipo que afirmaba revolucionar los principios de ataque y defensa, básicamente son solo una vara larga. Aunque en realidad ya le conocía, pues era pariente suyo, pero no las tenía todas consigo para creer tal afirmación tan orgullosa y más propia de un general engreído con aires de grandeza, que de un tipo más bien enclenque, y hasta ese momento, solo dedicado al estudio.
Le puso a prueba pues, y al poco, fue capaz de flotar un barco que estaba aún en el dique seco, recién construido, lleno de gente y mercancía, y con la sola fuerza de su mano.
Este tipo no era Hércules (que también habría podido, aunque por otros métodos), lo que al no poseer tamaña fuerza mítica, se limitó a poner en práctica el método de la palanca, aunque esta vez en base a un sistema de poleas, que reconducía y multiplicaba un esfuerzo dado en un extremo del circuito, para reflejarse al otro potenciado hasta el extremo de mover algo que de otra manera habría sido cometido de varias decenas de hombres.
Este tipo era Arquímedes.
Arquímedes nació, creció y murió en Siracusa, ciudad griega situada en Sicilia, y pasa por ser uno de los sabios más necesarios del mundo griego, y más influyente en la evolución posterior de la civilización occidental. Y no por menoscabar el ingenio de matemáticos anteriores a él, sino por las aplicaciones prácticas al mundo real que este hacía de sus teorías.
A él se deben descubrimientos o inventos tales como el cálculo integral (que habría avanzado más de no haber trabajado con los engorrosos números griegos; de haber conocido el numerario árabe, habría adelantado a Newton en 2.000 años), el principio de la palanca (dada una vara con un punto de apoyo, y haciendo un empuje en el lado más largo, es reflejado en el lado más corto, multiplicado tanto como la distancia del largo; con lo que un pequeño esfuerzo es reproducido al otro extremo como un gran empuje), los cálculos de la cuadratura del círculo, El cálculo del número Pí, El tornillo que lleva su nombre (para elevar grandes cantidades de agua a un punto superior en base una serie de conductos resueltos en horizontal), y aparte de numerosos más, el principio que lleva su nombre, posiblemente su descubrimiento más célebre.
Después de encargar una corona de oro a un orfebre, el rey sospechó que el artesano había escatimado parte del oro dado para ella, suplantándolo por plata o cobre. El rey, conociendo a Arquímedes, le encargo averiguarlo sin tener que dañar la corona (fundiéndola habría sido fácil, pero la obra era de gran belleza y quería mantenerla).
Arquímedes sabía que la plata o el cobre eran más ligeros que el oro, de manera que para que la corona pesara lo mismo que la cantidad de oro dada, la cantidad de material suplantado tendría mayor volumen que si hubiera sido de oro. Pero para saberlo no podría fundirla, lo que complicaba el asunto. Mientras se daba un baño, el sabio cavilaba al respecto, cuando se fijó en que al meterse en la cubeta de agua, esta rebosaba, y al alzarse, volvía al nivel anterior pero restando lo desplazado. Así, frotándose el cuerpo y disfrutando de las mieles de un baño caliente, Arquímedes descubrió que todo cuerpo sumergido en agua, desplaza su equivalente en volumen de ese agua, lo que le permitiría hallar el volumen de la corona sin tener que fundirla.
Entusiasmado, salió corriendo semidesnudo para dar parte al rey de su hallazgo, gritando "¡Lo encontré!, ¡Lo encontré!", solo que en griego, lo que viene a ser "¡Eureka! ¡Eureka!". De ahí la célebre palabra para expresar lo hallado y deseado en un momento dado.
Al que no le gustó nada fue al orfebre, que efectivamente había timado al rey, y fue ejecutado.
Tiempo después, cuando Roma asedió la ciudad al apoyar la causa de Cartago (la II Guerra Púnica, la de Aníbal contra Roma), Arquímedes y sus ingenios resistieron al asedio durante tres años, gracias a catapultas de gran fuerza destructora, grandes palancas con garras que volcaban barcos, etc (muchos inventos suyos pertenecen al campo militar, como máquinas de guerra).
Pero solo era un hombre, y finalmente los romanos entraron en la ciudad en el año 211 a.C. Un grupo de soldados se topó con un anciano sentado en el suelo, haciendo cálculos con dibujos y diagramas en la arena, y el líder de ellos espetó al hombre que se rindiera y entregara. El anciano no le atendió, y solo le dijo concentrado que se apartara, que le quitaba la luz para seguir con sus cálculos y que no estropeara sus círculos. El soldado, sin mediar palabra, lo mató con su espada.
Acaba de matar a Arquímedes. Una vez, como tantas veces desgraciadas en la historia, la ignorancia y la fuerza bruta cortaron de un tajo la vida de un sabio. El cónsul romano Claudio Marcelo, general del fuerzas que asediaban Siracusa, había ordenado que mantuvieran con vida al científico, con lo que castigó al soldado con la muerte. Pero al mal ya estaba hecho.
Con todo, la historia siempre recordará el nombre del sabio de Siracusa, pero nadie el del que empuñó la espada contra la razón.