Los dos mejores hombres lobo de la cinematografía hispana están juntos ahora aullando en Dios sabe que montes más allá de las espesas brumas del norte.

Y el otro hombre lobo cañí, esta vez más físico, peludo, y menos comprendido, tal vez, decidió
partir a tierras más cálidas el pasado 1 de diciembre, acompañado de un cáncer de aviesas intenciones. Jacinto Molina, o eterno Paul Naschy, fue catalogado, quizá con cierta sorna, como el Boris Karloff español. Pero a pesar de que dicha comparación no puede elevar más a descomunales tipos como estos, Naschy era, fue y será, una entidad en sí mismo, como uno de los pocos firmes creyentes del fantástico y el terror más puro en la piel de toro. Director, productor, pero siempre actor, aportó su inquietante rostro y afeadas maneras a Waldemar Daninsky, el atormentado lupino de La Noche de Walpurgis, de Leon Klimovsky, y a otra buena lista de terrores ibéricos, que si bien nunca serán parte fundamental del Museo del Cine, si lo serán del imaginario y la ilusión de todos lo que nos fascinamos por las criaturas paseantes de esos bosques de niebla baja y aún más bajas intenciones carnívoras.

Que le diablo les acoja en su seno, y les reserve un sitio calentito en el Averno.


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