Hay pocas películas que tengan el cuestionable honor de tener tres versiones diferentes, y además cada una hija de su época y con un valor diferente. Y no hablamos de secuelas, no, sino de revisiones de la misma historia, contada de un modo u otro. El caso en cuestión es La invasión de los ladrones de cuerpos (Invasion of the Body Snatchers), dirigida por Don Siegel en 1956, donde una esporas de otro mundo se dejaban caer en nuestro planeta para duplicarnos y sustituirnos sin que casi nadie se diera cuenta. Las esporas en sí desarrollaban unas vainas que, cuando el individuo a duplicar se dormía, hacían de él una copia exacta y le absorvían algo así como la fuerza vital, con lo que el original moría (y hacían desaparecer eficientemente), y la copia pervivía en su lugar, adquiriendo con la absorción de personalidad el conocimiento de nombres y situaciones de su modelo. La única manera de detectarlos era su total carencia de emociones. Una historia de ciencia ficción, muy prolija y fecunda en la década de los 50's, y que como muchos títulos de la época, escondía un mensaje o un miedo del momento. En este caso es la paranoia anticomunista, reflejándose en el miedo a ser cambiados y la incertidumbre de si el prójimo es quien dice ser o no. La película en sí es todo un clásico, no solo de buena factura y muy bien rodada por un Siegel que luego se haría más célebre por las primeras correrías de Harry Callahan, es que la tensión y el ambiente claustrofóbico está presente constantemente gracias al protagonista, un Kevin McCarthy carismático y rostro frecuente en las películas atómicas de la década más mutante del cine hollywoodense. Como curiosidad, el posteriormente director Sam Peckinpah hace un papelillo entre tanta judía verde gigante y duplicante. Clásico entre clásico. Pero pasaron los años, y llegó otro tipo, Philip Kaufman, y en 1978 revisionó la historia (aquí titulada La invasión de los ultracuerpos, para que nos confundiéramos), dándole el toque del cine de denuncia social de los 70's, y posiblemente aumentando la sensación claustrofóbica e inquietante de la primera versión, hasta un resultado que en muchos momentos supera la original, siendo un filme prácticamente de terror. Donald Sutherland (tan serio y misterioso como cínico y resolutivo), Brooke Adams, un jovencillo Jeff Goldblum, y un Leonard Nimoy que no solo es el mítico Spock, convierten la película en un viaje por la paranoia extrema y la persecución, hasta límites de provocar verdadero insomnio (por aquello de no dormirse por si le copian a uno). Cameos de lujo del propio director de la primera versión haciendo de taxista, y del protagonista de aquella, como desquiciado paranoico visionario de lo que se avecina con poco futuro. Parecía que la historia ya había dado de sí todo lo posible, con muy buenos resultados, y haciendo innecesarias nuevas revisiones. Pero no. Hollywood se alimenta y fagocita sin ver mitos ni originalidades. En 1993, el sobrevalorado Abel Ferrara decidió llevar de nuevo esta historia al cine, disfrazada de falso cine de autor y siendo la peor versión con diferencia, hija asímismo de su tiempo de realización, la impersonal década de los noventa. En este caso, los primeros asimilados son el ejercito, lo que acaba convirtiéndose en una parábola militarista más bien poco conseguida. Ni Forest Whitaker salva la función, y eso que aquí se llamó Secuestradores de cuerpos (que majos nuestros traductores, para que no nos liemos con la versiones...). Parecía el final, ya habían hecho la peor versión y nada podía cambiar la bonanza de las dos primeras... ¿o sí? Nuestros tiempos son los días post 11 de septiembre, vivimos en un mundo acechado por el terrorismo y con una nueva paranoia en que el vecino con cara de árabe puede estar planeando acabar con nosotros (más desde el punto de vista yanki, la verdad), con lo que son nuevos tiempos abonados para la falsa denuncia, apología de la defensa preventiva y la pérdida de libertades en nombre de la salvaguarda. Un buen nuevo momento para las vainas. Un prometedor director europeo de éxito que prueba a hacer las Américas (Oliver Hirschbiegel, artífice de El Hundimiento, sobre los últimos días de Hitler en su bunker narrados por su secretaria personal), con dos rostros de éxito seguro: Nicole Kidman (no hacen falta presentaciones, pienso) y Daniel Craig, el nuevo Bond. Y nuevo título, acorde a los tiempos esquemáticos que nos toca vivir, The invasion. Para seguir la estela de la que parece más su modelo a seguir, la versión de los setenta, en un pequeño papel aparece Veronica Cartwright, una de las últimas víctimas de los Ultracuerpos, como primera Casandra del advenimiento de las copias sin sentimientos. La producción ya ha tenido sus mas y sus menos, pues lleva rodada un tiempo, y otro director, James McTeigue (V de Vendetta) ha tenido que rodar nuevas escenas frente a la negativa del alemán, lo que no dá muy buena espina. Personalmente, y a pesar de un plantel digno, si ya fue innecesaria la versión de Ferrara, esta parece tres cuartas de lo mismo (mucha ferocidad y violencia para unos marcianos sin emociones, por lo poco que se ve en el trailer), y si no aporta nada nuevo a la historia (cosa que sí hacía la versión de Kaufman), se quedará en agua de borrajas probablemente algo taquillera, pero olvidable para la posteridad. De todos modos, seguramente caeremos y a ver que pasa. Trailer aquí, y estreno el 7 de septiembre. Y recordad, cuidado cuando os durmáis y tengáis plantas muy cerca...
12.6.07
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