
Aunque comercialmente concebida como una secuela (con un titulo de batalla tan logotizable como DK2), Dark Knight Strikes again no es una segunda parte. Al menos no al uso, y eso es lo que no ha sabido ver casi todo el fandom comiquero, que esperaba una repetición del primer comic de Miller con el murciélago, sin contemplar una evolución más que necesaria. Se criticó su historia, su dibujo, su color, y hasta el papel que se utilizó para su impresión, pero sin ver hacia donde iba o de donde venía.

Los superheroes son controlados por el gobierno, y este es un mero títere de un tenebroso poder en la sombra, que se ríe de la estupidez del populacho y lo maneja a su antojo sin despeinarse. Es una distopía mediatica, reflejo de nuestros tiempos, donde solo el tipo amargado puede hacernos salir del letargo intelectual y pincharnos en el culo para luchar contra lo que nos han dicho que debe ser nuestra vida. Un basta ya que protesta a base de puñetazos en las narices.

Porque curiosamente, Batman no es exactamente el protagonista, ya que aquel que sufre un verdadero vía crucis iniciatico es Superman, y gracias además a su propia hija, fruto de su relación con Wonder Woman (una amazona espartana muy milleriana), que le recordará que no vino a la tierra a obedecer ordenes de tiranos o déspotas con el control de un todo muy relativo. Y habrá espacio para practicamente todo el
universo DC (algo que lo diferencia, de nuevo, muy sensiblemente de su anterior episodio, donde solo tenían cabida Batman y Superman), ya que la liberación de los superheroes es la base de esta revolución tan necesaria, con Green Arrow (evidentemente del lado del murciélago, revolucionario y extremista como solo se puede ser en la tercera edad), Flash (un clásico Barry Allen convertido en generador humano de electricidad), o Linterna Verde (más cósmico que nunca). Siempre tomando las encarnaciones clásicas de los personajes. Renovando el todo, pero siempre desde las bases más primigenias.

Si comentamos la narrativa, esta fuera de toda duda la maestría de Miller y su funcionalidad vanguardista, llevando al límite el recurso de los comentarios televisivos (como un fresco de comentaristas, opiniones y desvaríos varios), mientras el personaje principal reflexiona en off, para irrumpir brutalmente en una catarsis explosiva. Incluso cuando un elemento es sugerido para más tarde ser explicado, y el lector no sabe muy bien por donde van los tiros, no puede dejar de encadenar viñetas y dejarse llevar en un torrente estilístico propio del que domina un medio sin necesidad de imitar otros. Aquí, las posibilidades del comic están patentes y aprovechadas como pocas veces, y es donde comprobamos que, pese a todo, Frank Miller sigue siendo Frank Miller. 

No se puede dudar de su comercialidad (el reclamo es indudable, aunque peligroso como finalmente ha demostrado ser), y de que el color de Lynn Varley es cuanto menos arriesgado (otra oda a lo clásico, la evolución de esos colores planos de imprenta de los primeros comics llevado al paroxismo, rozando lo estridente, pero toda una convincente declaración de intenciones), pero al igualmente que el primer Dark Kinght esta algo sobrevalorado, su continuación se infravalora indiscriminadamente.
Y ya sabemos que los extremos no son buenos para nadie.
Excepto si te llamas Batman y quieres liberar al mundo de su propia estupidez. En ese caso, bienvenido, y a dejarse los nudillos en el proceso.
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