Si
El regreso del señor de la noche (
El regreso del Caballero oscuro, Return of the dark knight), sentó las bases de la personalidad de Batman en los ochenta, de la mano del renovista Frank Miller, como un tipo muy amargado, con mucha mala leche y muy pocos amigos, ¿que cabía esperar de su secuela, más de quince años después? Pues una mala leche más potenciada aún, que viendo un mundo como el nuestro (hiperbolizado en un futuro muy parecido a nuestro presente), sale de su cueva para combatir la estupidez, la hipocresía y la banalidad elevada a modo de vida.
Aunque comercialmente concebida como una secuela (con un titulo de batalla tan logotizable como DK2), Dark Knight Strikes again no es una segunda parte. Al menos no al uso, y eso es lo que no ha sabido ver casi todo el fandom comiquero, que esperaba una repetición del primer comic de Miller con el murciélago, sin contemplar una evolución más que necesaria. Se criticó su historia, su dibujo, su color, y hasta el papel que se utilizó para su impresión, pero sin ver hacia donde iba o de donde venía.
Leyéndolo sin prejuicios,
DK2 es un comic diferente y necesario, poco sutil quizás, pero que no solo cumple (entretiene y maravilla), sino que se queda flotando en tu psique mientras sale en pequeñas dosis de reflexión. No debe tomarse como una secuela, porque no lo es. El único nexo es la situación de un Batman dado por muerto, el status quo de Superman, y la ubicación temporal, tres años después de los míticos sucesos de la anterior obra de Miller. Pero el resto es nuevo, hasta la estética (más feista aún, si cabe) y el mundo en el que se desarrolla, mucho más futurista y distorsionado, gobernado por la TV y los mass media.
Los superheroes son controlados por el gobierno, y este es un mero títere de un tenebroso poder en la sombra, que se ríe de la estupidez del populacho y lo maneja a su antojo sin despeinarse. Es una distopía mediatica, reflejo de nuestros tiempos, donde solo el tipo amargado puede hacernos salir del letargo intelectual y pincharnos en el culo para luchar contra lo que nos han dicho que debe ser nuestra vida. Un basta ya que protesta a base de puñetazos en las narices.
Miller estiliza su trazo hasta convertirlo casi en un garabato (no nos equivoquemos, ya que ese garabato nace del refinamiento de un dibujo original mucho más complejo, donde el garabato es la esencia necesaria para ese instante), caricaturiza hasta la extenuación más simplificada, para desbordar la épica en unas splash pages aparentemente simples y gratuitas, pero que esconden toda la significancia del momento, la esencia del poder divino de los superheroes (como el supracoito entre el Hombre de Acero y la Amazona, sublimación de lo divino, volando lejos en el aire y ajenos a un mundo que solo les sirve como escenario para su ópera particular).
Porque curiosamente, Batman no es exactamente el protagonista, ya que aquel que sufre un verdadero vía crucis iniciatico es Superman, y gracias además a su propia hija, fruto de su relación con Wonder Woman (una amazona espartana muy milleriana), que le recordará que no vino a la tierra a obedecer ordenes de tiranos o déspotas con el control de un todo muy relativo. Y habrá espacio para practicamente todo el
universo DC (algo que lo diferencia, de nuevo, muy sensiblemente de su anterior episodio, donde solo tenían cabida Batman y Superman), ya que la liberación de los superheroes es la base de esta revolución tan necesaria, con Green Arrow (evidentemente del lado del murciélago, revolucionario y extremista como solo se puede ser en la tercera edad), Flash (un clásico Barry Allen convertido en generador humano de electricidad), o Linterna Verde (más cósmico que nunca). Siempre tomando las encarnaciones clásicas de los personajes. Renovando el todo, pero siempre desde las bases más primigenias.
Si comentamos la narrativa, esta fuera de toda duda la maestría de Miller y su funcionalidad vanguardista, llevando al límite el recurso de los comentarios televisivos (como un fresco de comentaristas, opiniones y desvaríos varios), mientras el personaje principal reflexiona en off, para irrumpir brutalmente en una catarsis explosiva. Incluso cuando un elemento es sugerido para más tarde ser explicado, y el lector no sabe muy bien por donde van los tiros, no puede dejar de encadenar viñetas y dejarse llevar en un torrente estilístico propio del que domina un medio sin necesidad de imitar otros. Aquí, las posibilidades del comic están patentes y aprovechadas como pocas veces, y es donde comprobamos que, pese a todo, Frank Miller sigue siendo Frank Miller.
No se puede dudar de su comercialidad (el reclamo es indudable, aunque peligroso como finalmente ha demostrado ser), y de que el color de Lynn Varley es cuanto menos arriesgado (otra oda a lo clásico, la evolución de esos colores planos de imprenta de los primeros comics llevado al paroxismo, rozando lo estridente, pero toda una convincente declaración de intenciones), pero al igualmente que el primer Dark Kinght esta algo sobrevalorado, su continuación se infravalora indiscriminadamente.
Y ya sabemos que los extremos no son buenos para nadie.
Excepto si te llamas Batman y quieres liberar al mundo de su propia estupidez. En ese caso, bienvenido, y a dejarse los nudillos en el proceso.